martes, 28 de julio de 2009

La pintura romántica

Extractado y adaptado de "Historia de la pintura. Del Renacimiento a nuestros días". Ed. Könemann

Después de la Revolución Francesa se produjo un profundo cambio social en el corto espacio de una generación. Una época de desequilibrios, guerras y revoluciones sacudió Europa. Cuando en 1815 después de las Guerras Napoleónicas, se reorganizó la estructura política europea en el Congreso de Viena quedó claro que las esperanzas puestas en el grito revolucionario de "libertad, igualdad y fraternidad" habían sido en vano. Sin embargo, a lo largo de estos 25 años tan agitados había cambiado considerablemente la mentalidad y la ideología de las personas. La valoración del individuo, del hombre que piensa por sí mismo y que se siente responsable, que desde la Ilustración se había convertido en un ideal y, como tal, se vio reflejado en el arte del neoclasicismo, había adquirido una exaltación de signo contrario: el yo, el sentimiento subjetivo, se había convertido en el nuevo contenido del arte. A la fría visión con la que el neoclasicismo intentaba plasmar el mundo y en la que la razón jugaba un papel acentuado, se contrapusieron el sentimiento y la fuerza de la imaginación que surgía del sentir individual. Se rechazaron el formalismo, el control y la disciplina intelectual del neoclasicismo y la intuición y las impresiones sensuales subjetivas se convirtieron en el nuevo maestro preceptor. En consecuencia, a principios del siglo XIX se desarrolló un gran número de estilos, cada uno impregnado de las peculiaridades nacionales propias, que se recogen bajo la denominación de romanticismo. Los románticos alemanes, cuyos cuadros están caracterizados por la melancolía, la soledad y la nostalgia de la naturaleza, abren este movimiento artístico. Las tendencias románticas también pueden percibirse posteriormente en la pintura francesa e inglesa.
Caspar David Friedrich, "Naufragio en un mar helado"

El Romanticismo en Alemania (1800-1830)
Ante la gran inestabilidad de este período, la nueva generación de artistas alemanes reaccionó refugiándose en la intimidad y en el mundo de los sentimientos. Se refugió en una nostalgia emotiva hacia una época muy lejana en el tiempo: la Edad Media, de la que pensaba transfiguradamente que los hombres vivían en armonía consigo mismos y con el resto del mundo.
En un principio, el movimiento romántico fue llevado y extendido por literatos y filósofos, que enaltecieron la "fuerza de la imaginación", como fundamento de cualquier tipo de arte.
El género preferido por los alemanes fueron los paisajes. Por un lado, la naturaleza se convirtió para ellos en el espejo del alma; por el otro, sobre todo en una Alemania limitada y cohibida políticamente, en una alegoría de las libertades y de la inmensidad, a la que contraponían la limitación del hombre. Asimismo pertenecen al repertorio iconográfico tanto los personajes solitarios, que se encuentran indefensos ante las fuerzas de la naturaleza y que contemplan con nostalgia la lejanía, como los motivos de árboles muertos y ruinas cubiertas enteramente por enredaderas, que son una alegoría de lo efímero de la vida y del continuado ciclo del principio y del fin.
El artista del romanticismo refleja su interior en el cuadro y así, éste se convierte en el espejo y en la pantalla de proyección del espectador. Si quiere ver más que un simple paisaje, es su labor asimilar el cuadro con sus sentimientos y darle un sentido mucho más profundo.
La forma de contemplación interpretativa, tal y como se manifestó con toda claridad por primera vez durante el romanticismo, es la condición más elemental para la comprensión del arte moderno. Un cuadro abstracto obtiene su significado gracias a la interpretación que le da el espectador. La obra de arte se presenta como un socio comunicativo que se tiene en frente. Al mismo tiempo, la concepción romántica del arte permite por primera vez separar el yo artístico del mundo: el pintor mira un mundo objetivo de forma subjetiva y nos muestra una imagen filtrada a través de su percepción emocional. El artista se convierte en un intérprete del mundo. Este entendimiento artístico se ha mantenido en forma muy marcada hasta nuestros días.

El Romanticismo en Francia (1815-1830)

En Francia, tras la caída de Napoléon, se inició una fase restauradora de la nobleza y de la monarquía. Los seguidores de Napoléon fueron perseguidos.
Aquí el romanticismo se impuso sobre todo en la elección de los temas. La joven generación de artistas se refugió en espectaculares representaciones de aventuras o de lejanos y exóticos países.
Théodore Géricault fue el pionero y, junto a Eugéne Delacroix, el representante más importante del romanticismo francés. Su emotivo cuadro La balsa de la Medusa, fue un escándalo en el Salón de 1820. Hasta entonces nadie había representado con tanta fuerza y espontaneidad el horror. El efecto del cuadro fue todavía más estremecedor por el hecho de que el naufragio representado se basaba en un suceso real que había conmocionado la opinión pública francesa. Con la representación monumental que convertía al espectador en testigo inminente, incluso en un copartícipe de la angustia, Géricault consiguió sobre todo un efecto emotivo. Su enérgica puesta en escena contrastó conscientemente con la pintura intelectual tan cualculada del neoclasicismo de la Academia. El impetuoso Géricault era totalmente ajeno a la estática escenificadora de los pintores neoclásicos. El fue el pintor de lo dinámico y de lo que se encuentra en movimiento. El potencial simbólico entre naufragio y esperanza es una característica romántica.
Delacroix, algunos años mayor que Géricault, continuó con la obra de éste tras su temprana muerte. Influido por su obra, especialmente por La balsa de la Medusa, Delacroix creó cuadros cuyo iluminado colorido y desenfrenada composición debían excitar los sentimientos y los ánimos.
Eugéne Delacroix "La libertad guiando al pueblo"

Delacroix había observado minuciosamente los colores de la naturaleza. La fuerte luz de Oriente, que tanto le había fascinado durante su viaje por Marruecos en 1832, le procuró nuevos conocimientos sobre la concurrencia del color y la luz. Advirtió que "la carne sólo adquiere su auténtico color en la naturaleza y especialmente en el sol. Cuando una persona acerca la cabeza a la ventana, ésa es totalmente diferente que en el interior de una habitación; aquí está la ignorancia de los pintores de estudio, que se empeñan en representar los colores equivocados".
Este reconocimiento fue el principal fundamento para que pocos años más tarde se desarrollara la pintura al aire libre. Además, llevó a Delacroix a desarrollar una teoria propia de los colores. Uno de los resultados más importantes de sus estudios fue la constatación de que de la mezcla de los colores primarios complementarios resutan tonos intermedios muy matizados. "Agregar negro no significa ganar medio tono, sino ensuciar el tono. El rojo contiene sombras verdes; el amarillo, violetas, etc.". Un reconocimiento que los impresionistas en particular, adoptaron con gran interés. Delacroix fue el primero que descubrió el valor propio de los colores. Gracias a la yuxtaposición de tonos de un mismo color finamente matizados y mediante los contrastes complementarios que aumentaban mutuamente su fuerza luminosa, logró definir dinamismo y movimiento con medios puramente pictóricos. Su pintura y la teoría de los colores desarrollada por él, que otorgaba un valor completamente independiente a los colores, sería de suma importancia para todos los pintores del siglo XX que se libraron de la materialidad.



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