domingo, 6 de junio de 2010

Blanes y la pintura del retrato

Tomado del libro de Gabriel Peluffo Linari "Historia de la Pintura Uruguaya tomo 1"

La retratística de Blanes constituye una línea específica de su trabajo como pintor, que resumiendo pautas sustanciales de su aprendizaje en Europa, resulta también un importante aporte al registro y a la consolidación de una imagen de los sectores pujantes en la sociedad finisecular uruguaya. (...)
Sus primeros modelos eran en general amistades personales, familiares, algunas jerarquías militares, así como hombres públicos, comerciantes e industriales del patriciado. Son de esa época, los retratos de José María Delgado, de su amigo Ramón de Santiago, del doctor Ramón de Olascoaga, de Rafael de María y Camusso, entre otros tantos. En todos ellos, se trasunta un esfuerzo en el dibujo y la composición donde la excesiva rigidez en ciertos casos, o la inseguridad en los pasajes tonales del claroscuro, no resultan de una voluntad expresiva, sino de notorias insuficiencias en el dominio de un oficio en el cual Blanes se manejaba con verdadera tenacidad autodidacta.
En este primer período como retratista, predominan criterios plásticos, que son los habitualmente admitidos dentro de ciertas constantes del retrato decimonónico: el rostro iluminado sobre fondo apagado, por ejemplo, y el cuerpo -generalmente sentado- rodeado a veces de objetos alusivos a la personalidad del retratado. Con leves variantes, la frontalidad convencional de la figura se repite en casi todas las producciones de la época, no solamente en el caso de Blanes.
La singularidad de cada rostro, así como la detallada descripción de los atuendos -que denotan la calidad social del modelo- constituyen prácticamente las únicas variantes que definen lo específico de cada retrato.
En el segundo período, que se inicia con su regreso de Europa en 1864, Blanes ha de incluir otro tipo de recursos expresivos en su pintura retratística, valorando con profundidad las posibilidades de la luz, el color de la piel, las tersuras del claroscuro y la exaltación de ciertos énfasis en el tratamiento mórbido de los detalles. Pero aún considerando secundariamente estos aspectos, lo que cabe señalar y subrayar, es la manera como Blanes (con más vigor en ciertos casos que en otros) rompe con el esquema de la frontalidad en el punto de vista con que encara al modelo (antes generalmente alejado de él y con una línea de horizonte convencional levemente más alta que su rostro), reestructurando la composición y distribuyendo las distintas zonas del cuerpo al servicio de una clara intención expresiva.
Esta constatación vale no solamente por lo que supone de superación y soltura dibujística del pintor, sino también porque acusa una circunstancia de naturaleza social: se percibe una espontánea tendencia a la distensión de la imagen, se busca una carga de naturalidad y vitalidad mundana antes que de rigidez e imposición aristocráticas. Es el caso del retrato de Pedro Márquez, de Demetrio Regunaga, de Carlos Reyles, y en un sentido más original, de Besnes e Irigoyen, entre tantos otros.
Si bien estas consideraciones están referidas al conjunto de los retratos realizados por Blanes (en la exposición de 1941 se juntaron más de 100 ejemplares) e indican por lo tanto pautas medias en esa trayectoria, se ha señalado con insistencia en la historiografía de su pintura el destaque privilegiado del retrato de Carlota Ferreira y el de la madre del pintor, realizados en fechas distintas entre sí.

Juan Manuel Blanes, Retrato de Carlota Ferreira
Óleo s/tela. 1.30 x 1.00. Museo Nacional de Artes Visuales
El primero de ellos, contiene sin duda la sabia síntesis de una factura de naturaleza académica con dosificadas variantes. En él, Blanes optó por "descender" la línea del horizonte convencional hacia la parte inferior del cuadro, exaltando de ese modo las cualidades tectónicas del cuerpo y "acercando" al espectador hacia las zonas tratadas con mayor sensualidad y suntuosidad pictóricas.

En el retrato de su madre, obtuvo también un maduro resultado de su oficio, jugando con una envoltura penumbrosa de la zona de luz -concentrada en el rostro y en las manos- que recuerda los recursos "tenebristas" del Caravaggio, o con una vibrante manera de acentuar los empastes.

Juan Manuel Blanes, un historiador rioplatense

Tomado del libro de Jorge López Anaya, "Arte argentino. Cuatro siglos de historia (1600-2000)"

Desde sus inicios en la pintura como autodidacta, el uruguayo Juan Manuel Blanes (1830-1901) dedicó gran parte de sus esfuerzos a los temas históricos del Uruguay, la Argentina y Chile. De 1851 es La Revista de la retirada del Ejército sitiador o Revista del General Oribe. El óleo, que representa el desfile militar de los soldados de Oribe, en el Arroyo de la Virgen, posiblemente es su pintura de tema militar más antigua.
En diciembre de 1856 viajó a Entre Ríos y se radicó en Concepción del Uruguay. Muy pronto se convirtió en el protegido del general Justo José de Urquiza, presidente de la Confederación Argentina, quien le encomendó la realización de ocho cuadros que representaran sus batallas épicas, con destino al Palacio San José.
En 1860, una ley otorgó a Blanes una pensión para estudiar en Europa. Se instaló en Florencia para recibir lecciones de Antonio Císeri, pintor de historia y retratista (académico).
Blanes se reincorporó al Río de la Plata en 1864 con un buen dominio de los recursos académicos y con una habilidad consumada. En diciembre de 1871 expuso en el foyer del antiguo Teatro Colón de Buenos Aires su tela Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires, que evoca la tragedia que cobró cerca de catorce mil vidas en Buenos Aires, y sembró el terror en los barrios del sur. La escena, pintada poco después de los hechos, representa el momento en que los doctores Roque Pérez y Manuel Argerich, presidente y vocal, respectivamente, de la Comisión Popular para la lucha contra la fiebre (ambos muertos víctimas de la enfermedad), ingresan en una habitación de un conventillo. Se ven sus figuras recortadas por un dramático contraluz producido por la puerta abierta. Una mujer joven yace muerta en el suelo en medio de un gran desorden, mientras un parvulo pugna por alimentarse de su pecho. Completan la escena un muchacho descalzo que se rasca un pie con el otro y un hombre yacente en un camastro con un baúl debajo de él. Afuera de la habitación, en la acera, apenas visibles, hay dos extraños personajes con una botella puesta en el suelo, junto a un cajón. Todo en la alcoba es viejo, desgastado, pobre. El episodio parece haber ocurrido en realidad, el 17 de marzo de 1871, en un conventillo de la calle Balcarce.
Esta tela le deparó un enorme éxito al pintor. Schiaffino afirma que "el cuadro de Blanes no fue conducido en andas ... pero el pueblo entero, hombres, mujeres y niños, marchó en procesión a admirar la peregrina obra. Durante algunos días, la población desbordada rodeó el cuadro como una marea hirviente y rumorosa".
Más adelante el historiador señala que "a Juan M. Blanes corresponde la honra de haber sido el precursor de los pintores de historia en las márgenes del Plata; y sobre todo, habrá tenido este gran mérito: el de ser el primer artista "casero" que haya realizado una hazaña inaudita y portentosa: la de infundir confianza a nuestros gobiernos, quienes le encomendaron en diversas ocasiones la ejecución de obras importantes". Está documentado que Buenos Aires solicitaba sus cuadros para exhibirlos con fines de beneficencia, se pagaba "para verlos". Con ese destino fue traído El Juramento de los Treinta y Tres Orientales (1878), cuadro consagrada al desembarco del General Juan Antonio Lavalleja y sus hombres, el 19 de abril de 1825, para iniciar la resistencia contra la ocupación de la Banda Oriental por parte del Imperio del Brasil. Es evidente que Blanes se convirtió en el ideal del artista erudito de fines de siglo XIX con su fidelidad a la escena, a los personajes, a las vestimentas, a la reconstrucción histórica, a la teatralidad de los gestos. La elite de la intelectualidad argentina - Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López, Domingo Faustino Sarmiento, Eduardo Wilde, Justino Carranza - lo admiró.
Este período, que finaliza con el segundo viaje a Europa, en 1879, es el más característico de la obra de Blanes. Abundan las telas de motivos históricos, los retratos de personajes heroicos y los cuadros de documentación social. Obsesionado por representar los hechos significativos de la historia, pintó La muerte del general Venancio Flores (1868) y El asesinato de Florencio Varela (1879). Gran parte de los motivos costumbristas que representan gauchos y paisanos rioplatenses fueron realizados en esa época.