Una aproximación a algunas de las obras maestras de su colección
El
Museo Thyssen-Bornemisza abrió sus puertas en Madrid en 1992. Constituye un
caso atípico de gestión de museo, ya que es una Fundación la que se encarga de
gestionar una colección pública (la adquirida por el estado español a la
familia Thyssen-Bornemisza). Posee obras
valiosísimas, abarcando desde el Gótico hasta las últimas décadas del siglo XX.
El
emplazamiento del museo es un palacio del siglo XVIII, el Palacio de
Villahermosa, acondicionado para museo por el prestigioso arquitecto español
Rafael Moneo. En el año 2004 se amplió con la suma de dos edificios
colindantes, a los efectos de albergar la colección de Carmen
Thyssen-Bornemisza, en préstamo al museo.
Las imágenes, y el texto que acompaña cada una de las obras que hemos seleccionado, fue tomado del sitio web del museo: www.museothyssen.org
Domenico Ghirlandaio. Retrato de Giovanna Tornabuoni
1489-1490.
Técnica mixta sobre tabla. 77 x 49 cm
Esta excepcional obra es un ejemplo espléndido del retrato
en el Quattrocento florentino. Los
pintores, siguiendo modelos de la Antigüedad clásica, creaban cuerpos de
proporciones idealizadas y rostros inexpresivos que a la vez debían reflejar
los rasgos personales del individuo. La modelo, de estricto perfil y busto,
está retratada con los brazos en reposo y las manos juntas. Al fondo, en un
sencillo marco arquitectónico, aparecen algunos de sus objetos personales. A la
derecha, un cartellino con un fragmento de un
epigrama de Marcial lleva inscrita en números romanos la fecha de su muerte. La
modelo se ha identificado como Giovanna Tornabuoni a partir de una medalla con
su efigie y su nombre, obra del grabador Niccolò Fiorentino. Ghirlandaio la
representó también de cuerpo entero en el fresco de la Visitación de la capilla Tornabuoni
de la basílica de Santa María Novella (Florencia).
Hans Holbein , el Joven. Retrato de Enrique VIII de Inglaterra
c. 1537. Óleo
sobre tabla. 28 x 20 cm
El retrato fue el género más popular en la Inglaterra de la
época. A esto contribuyó el cisma de la Iglesia anglicana con la de Roma y que
el rey Enrique VIII se convirtiera en cabeza visible de la primera. Con ello,
la representación de los géneros pictóricos se restringió enormemente. Este
retrato del célebre monarca inglés es una maravillosa muestra del estilo de
Holbein, que se caracteriza por la monumentalidad que otorga a sus figuras y la
profundidad psicológica que inculca a sus modelos. El pintor consigue retratar
el carácter del personaje gracias a recursos como la posición de la figura y
las manos, la linealidad y la frontalidad, que en este caso reflejan la regia
personalidad de Enrique VIII.
Caravaggio. Santa Catalina de Alejandría
c. 1598. Óleo
sobre lienzo. 173 x 133 cm
Esta obra de Caravaggio le fue encargada en Roma, casi con
toda seguridad, por su primer protector el cardenal Francesco Maria del Monte.
La figura de Santa Catalina destaca por su naturalismo y la modelo ha sido
identificada con Fillide Melandroni, una célebre cortesana de la época. Vestida
ricamente como corresponde a una princesa y arrodillada sobre un cojín, mira al
espectador. Santa Catalina aparece con todos los atributos que aluden a su
martirio: la rueda con los cuchillos, la espada con la que fue decapitada y la
palma. La luz ilumina de forma dramática la escena creando unos claroscuros
típicos del pintor. La interpretación que Caravaggio hizo de la luz y el
volumen, presentes en este lienzo, tuvo una enorme repercusión tanto en Italia
como en el resto de Europa.
Peter Paul Rubens. Venus y Cupido
c.
1606-1611. Óleo sobre lienzo. 137 x 111 cm
Rubens fue el más importante de todos los pintores
flamencos, así como un genuino representante del movimiento barroco. Venus y Cupido es una de las copias
que el artista realizó de Tiziano, tomando el tema de un cuadro del maestro
italiano, hoy perdido, que formó parte de las colecciones reales españolas.
Destacan dos detalles significativos: el brazalete de perlas y el anillo del
meñique izquierdo de Venus, ambos presentes en la obra de Tiziano. Una versión
original muy próxima a esta pintura del italiano se conserva en la National
Gallery de Washington, y otra del maestro flamenco en la colección
Liechtenstein de Vaduz. Características propias y diferenciadas del estilo del
pintor son su refinamiento y su dominio del color.
Harmensz. van Rijn Rembrandt. Autorretrato con gorra y dos cadenas
c.
1642-1643. Óleo sobre tabla. 72 x 54,8 cm
Rembrandt
está considerado uno de los grandes genios de la historia de la pintura, además
de un magnífico, prolífico y excelente grabador. El uso del claroscuro con
fuertes contrastes entre luces y sombras, así como un profundo e intenso
dramatismo son notas diferenciadoras de su pintura. Estas características
resultan especialmente notorias en sus autorretratos, como el que nos ocupa,
pues reflejan fielmente la situación personal, los sentimientos y los estados
de ánimo que el artista atravesó a lo largo de toda su vida; son como un espejo
de su alma. Esta obra ha sido objeto de detallados estudios científicos que han
confirmado, sin ningún género de duda, que se trata de una obra autógrafa y de
uno de los mejores autorretratos del pintor.
Edgar Degas. Bailarina basculando (Bailarina
verde)
1877-1879.
Pastel y gouache sobre papel. 64 x 36 cm
Degas nos introduce en esta pintura en el mundo del ballet
que tanto le interesaba. Una vista del escenario, con varias bailarinas en plena
representación, es captada desde uno de los palcos laterales en alto. Sólo una
de ellas se muestra de cuerpo entero, en un complicado y rápido giro. Las demás
están cortadas y el resto de sus figuras quedan a nuestra libre imaginación.
Delante del decorado de paisaje, varias bailarinas de naranja esperan su turno
de actuación. Por el influjo de la fotografía y de los grabados japoneses,
Degas crea un espacio pictórico descentrado y truncado. Para él la realidad,
transitoria e incompleta, debía ser plasmada de forma fragmentaria. La
fugacidad de la acción es captada con los trazos rápidos de la técnica del
pastel, que el pintor aplica con gran virtuosismo.
Vincent van Gogh. "Les
Vessenots" en Auvers
1890. Óleo
sobre lienzo. 55 x 65 cm
En este paisaje de "Les Vessenots", a las afueras
de Auvers, Van Gogh representa una composición de horizonte elevado, en la que
se agrupan una serie de viejas casas de la campiña junto a unos extensos campos
de trigo y algunos ondulantes árboles. La paleta reducida, de luminosos verdes
y amarillos, y las pinceladas agitadas y nerviosas, que siguen un ritmo
ondulante y repetitivo, son propias del periodo final del pintor.
Durante las que serían sus últimas semanas de vida, en que pintó numerosos paisajes del natural, el artista sufrió todo tipo de sentimientos enfrentados: por un lado, una sensación de libertad frente a esos amplios y fértiles sembrados y, al mismo tiempo, una profunda melancolía y una sensación de soledad, que le llevarían a acabar con su vida.
Durante las que serían sus últimas semanas de vida, en que pintó numerosos paisajes del natural, el artista sufrió todo tipo de sentimientos enfrentados: por un lado, una sensación de libertad frente a esos amplios y fértiles sembrados y, al mismo tiempo, una profunda melancolía y una sensación de soledad, que le llevarían a acabar con su vida.
Paul Gauguin. Mata Mua
(Érase una vez)
1892. Óleo
sobre lienzo. 91 x 69 cm
En un paisaje idílico cerrado por montañas, varias mujeres
adoran a Hina, deidad de la luna. En primer término, una mujer toca la flauta.
A la izquierda, separado por un gran tronco de árbol que divide la composición
a modo de bisagra, un segundo grupo baila alrededor de la diosa. Gauguin marchó
a Tahití en 1891 con el propósito de buscar inspiración artística en los
pueblos primitivos, desarrollados al margen de la civilización occidental. Sin
embargo, lo que encontró tan sólo eran restos de un pasado glorioso, para
entonces en vías de extinción. Mata Mua (Érase una vez)
es un canto a la vida originaria que tanto ansiaba encontrar el pintor francés.
Pintada en vivos colores planos, al margen de cualquier pretensión naturalista,
supone un canto a la edad de oro perdida.
Ernst Ludwig Kirchner. Fränzi ante una silla tallada
1910. Óleo
sobre lienzo. 71 x 49,5 cm
El estilo expresionista del grupo alemán Die Brücke,
caracterizado por la simplificación formal y el uso arbitrario del color,
encuentra uno de sus mejores ejemplos en el retrato de esta muchacha del barrio
obrero de Friedrichstadt de Dresde. Protagonista de varios retratos de Kirchner
y otros artistas del grupo, Fränzi aparece sentada en una silla, cuyo respaldo
tiene tallada una figura desnuda de mujer. La joven nos mira desafiante con su
rostro definido a base de gruesas pinceladas antinaturalistas de un intenso
color verde, que contrastan con el carnoso tono de la silueta femenina que la
enmarca. La frontalidad con la que se presenta ante nosotros pone en evidencia
la herencia de modelos pictóricos de Munch, Van Gogh y Gauguin, así como del
arte primitivo.
Pablo Picasso. Arlequín
con espejo
1923. Óleo
sobre lienzo. 100 x 81 cm
Concebido inicialmente como un autorretrato, Arlequín con espejo combina varios
personajes del mundo circense y de la Commedia dell´arte
por los que Picasso se sentía fascinado e identificado a la vez: Arlequín, con
su sombrero de dos picos, un acróbata por su vestimenta y Pierrot por su rostro
que, convertido en una máscara, camufla la identidad del artista.
En la monumental figura de Arlequín, que con su cuerpo cubre la mayor parte del lienzo, reconocemos el nuevo lenguaje artístico inspirado en las obras de los grandes maestros clásicos que Picasso había comenzado a utilizar tras su viaje a Italia en 1917. Aunque su experiencia italiana supuso una vuelta a los planteamientos clásicos, su interpretación no fue literal, sino que partió de la libertad que le otorgaba su anterior experiencia cubista.
En la monumental figura de Arlequín, que con su cuerpo cubre la mayor parte del lienzo, reconocemos el nuevo lenguaje artístico inspirado en las obras de los grandes maestros clásicos que Picasso había comenzado a utilizar tras su viaje a Italia en 1917. Aunque su experiencia italiana supuso una vuelta a los planteamientos clásicos, su interpretación no fue literal, sino que partió de la libertad que le otorgaba su anterior experiencia cubista.
Edward Hopper. Habitación de hotel
1931. Óleo
sobre lienzo. 152,4 x 165,7 cm
En una anónima habitación de hotel, una muchacha reposa al
borde de una cama. Es de noche y está cansada. Se ha quitado el sombrero, el
vestido y los zapatos, y sin apenas fuerzas para deshacer las maletas, consulta
el horario del tren que habrá de tomar al día siguiente. La soledad de las
ciudades modernas constituye uno de los temas centrales de la obra de Hopper.
En Habitación de hotel, la pared del
primer término y la cómoda de la derecha constriñen el espacio, mientras que la
gran diagonal de la cama dirige nuestra mirada hacia el fondo, donde una
ventana abierta nos convierte en voyeurs de lo que
sucede dentro. La figura femenina ensimismada contrasta con la frialdad de la
estancia, en la que predominan las líneas netas y los colores brillantes y
planos, avivados por la fuerte luz cenital.
Roy Lichtenstein. Mujer en el baño
1963. Óleo
sobre lienzo. 173,3 x 173,3 cm
Mujer en el baño,
inspirada en alguna secuencia sacada de un folletín amoroso, está pintada con
un cromatismo elemental de colores primarios, azul, amarillo y rojo, aplicados
con los característicos puntos benday. La visión
del rostro y las manos de la mujer en el agua, con los perfiles delimitados por
unas gruesas líneas negras sobre un fondo blanco, destacan sobre la estática
geometría de la pared de azulejos del fondo. En este tema, tan frecuente en la
historia del arte en forma de "Baño de Venus", Lichtenstein, uno de
los artistas que en la década de los años sesenta reaccionaron contra el
lenguaje del expresionismo abstracto e iniciaron el movimiento pop, logra
transformar las apariencias al sustituir la reproducción mecánica del cómic por
el trabajo manual del pintor.
A continuación, dejo una presentación donde aparecen registros fotográficos propios junto a los del sitio web del museo
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