Su técnica se caracteriza fundamentalmente por grandes pinceladas diseminadas en todas direcciones, lo que otorga a su pintura aspectos transparentes y tornasolados.
La obra de Berthe Morisot contiene escenas intimistas, la más célebre de las cuales es La cuna (1872), cuadro con el que partició en la primera exposición impresionista, en 1874. En ella, la artista pintó un mundo femenino sereno, atemporal, en el que prestó a las escenas infantiles una mirada tierna exenta de afectación. Sin embargo, compartió también el gusto de sus amigos por los paisajes, las escenas de playas y las vistas urbanas.
En este cuadro, Caza de mariposas, de 1874, se conjugan las dos tendencias. Berthe Morisot revela aquí todo lo que debía a Corot, de quien fue discípula como dijimos, y, más aún, a Manet. La escena está bañada por una luz tamizada. Los personajes, moderadamente animados, sufren la erosión de la luminosidad, y, al igual que el entorno, están tratados por medio de la mancha. De este modo, el tratamiento formal enuncia una visión del ser humano tratado como fragmento de la naturaleza, que rompe con la tradición antropocéntrica.
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