Introducción general
En lo que a arquitectura se refiere, a comienzos del siglo XIX todavía era abundante la producción de edificios de traza neoclásica, tanto en el conjunto del continente europeo como en Norteamérica. Pero, avanzado el siglo, el panorama va a hacerse mucho más variado, por el surgimiento de nuevas escuelas y tendencias. El neoclásico es el último estilo global. A partir del siglo XIX los estilos ya no engloban todas las artes, en la década 1820-1830 la arquitectura sigue
una evolución propia y la escultura y sobre todo la pintura llevan una evolución diferente.
Por otra parte, y como consecuencia del desarrollo de las revoluciones industriales, asistimos a un rápido crecimiento de las ciudades y, en consecuencia, a la consolidación de los modelos de la vida urbana. Ahora la ciudad se convierte en un espacio múltiple, en los que coexisten las ordenadas zonas burguesas con los suburbios en los que se asienta la clase obrera. Con ello, las geografías urbanas reflejarán la nueva división social que caracteriza a las sociedades capitalistas emergentes. Y, de este modo, reaparece con fuerza el urbanismo, la necesidad de proceder a la planificación del crecimiento de la ciudad, de forma que sus distintos elementos puedan cumplir las funciones a las que se les destina.
En general, la arquitectura se va haciendo receptora de los nuevos avances tecnológicos y, frente a gustos más anclados en la tradición (neoclasicismo, historicismo) va a darse en este siglo el origen de lo que podríamos considerar la inicial arquitectura moderna: aquella que levanta los primeros "rascacielos", que recurre a los forjados de hormigón y al cristal o que emplea el hierro de forma masiva. En este aspecto, será un país joven, como los Estados Unidos, donde esta corriente, representada por la Escuela de Chicago, adquiera mayor resalte.
Emparentada en cierto modo con la tendencia anterior, receptiva a las novedades aportadas por las revoluciones industriales, nos encontraremos también con una arquitectura del hierro, que hace de este material su principal elemento constructivo. Se trata de un hierro colado, que permite elaborar piezas de gran tamaño y levantar con ellas complejas estructuras, completadas frecuentemente con cierres de cristal, otras de las novedades de la época.
Frente a todo ello en Europa y hacia finales del siglo va a surgir la última tendencia arquitectónica de este periodo. Nos referimos al Modernismo, denominación bajo la que se recoge la aportación de diferentes arquitectos, muchas veces muy distintas entre sí, pero que presentan en común ciertos rasgos, como el deseo de dejar atrás las obligaciones impuestas de la tradición, la necesidad de experimentar con libertad en la creación de espacios y el interés por completar las edificaciones con extensos programas decorativos (Esta tendencia arquitectónica se denomina Modernismo en España y tuvo su principal exponente en Antonio Gaudí, pero en Francia, Bélgica y países latinoamericanos como en el caso de Uruguay la conoceremos como “Art Nouveau”).
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