domingo, 21 de abril de 2013

Escultura neoclásica



La técnica escultórica de Cánova y Thorvaldsen

Tanto Cánova como Thorvaldsen contaron con talleres donde trabajaban muchos colaboradores, que se ocupan tanto de conseguir y seleccionar los bloques de mármol como del tallado de los mismos siguiendo el denominado método del punteado. Christian Molbech, historiador danés contemporáneo de Thorvaldsen, lo describe así: “Sobre el bloque de mármol se coloca un marco de madera del que pende una plomada, que después de una precisa medición del modelo de yeso, indica la profundidad y la posición de los puntos más extremos del modelo, que entonces se marcan con puntos negros sobre la piedra. Después, una vez el cincel ha penetrado más profundamente en el bloque, se miden todo tipo de dimensiones del modelo de yeso y se reproducen con exactitud matemática en la estatua de mármol, a la que, sin embargo, todavía se deja una última capa, de tal manera que el propio artista pueda finalizar por sí mismo el trabajo”[1].
Cánova y Thorvaldsen realizaban los modelos en barro y los colaboradores, en función de su pericia, se encargaban del copiado del modelo en yeso, desbastar las figuras de los bloques de mármol, y realizar todas las tareas siguiendo el método del punteado. Mientras Cánova realizaba él mismo los últimos retoques y también el pulimentado, Thorvaldsen realizaba sólo los modelos en barro y a veces sólo los bocetos. De esta manera, ambos artistas pudieron realizar varias esculturas al mismo tiempo y sumar una gran producción.


Cabeza de medusa. Antonio Cánova. c. 1801. Modelo en yeso. Art Institute of Chicago. Este busto representa un estudio parcial de su estatua de mármol Perseo sosteniendo la cabeza de Medusa (1797-1801). El escultor modelaba inicialmente el trabajo en barro para posteriormente realizar un molde en yeso, y desde este último se trabajaba el mármol.


[1] Citado por Geese, Uwe, La escultura neoclásica, en VV.AA (2006) Neoclasicismo y Romanticismo. Arquitectura. Pintura. Escultura. Dibujo. Editorial h.f.ullmann. Barcelona, pág. 272

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