jueves, 13 de junio de 2013
lunes, 10 de junio de 2013
Baile en el Moulin de la Galette, de Pierre-Auguste Renoir
Renoir:
el placer de la vida
“Para
mí, un cuadro debe ser algo amable, alegre y hermoso, si, hermoso. Ya hay
demasiadas cosas desagradables en la vida como para que nos inventemos todavía
más.”
Con este
pensamiento escrito en una carta de 1867, enviada a su amigo el pintor
Jean-Frédéric Basille, Pierre-Auguste
Renoir (1841 – 1919) deja en claro uno de los principales ejes que guiaron
su trabajo, a lo largo de su vida.
Contexto histórico y análisis
sociológico del cuadro "Baile en el Moulin de la Galette"
El Moulin de la Galette fue un antiguo molino
abandonado hacia mediados del siglo XIX, situado en lo alto de la colina de
Montmartre – hoy uno de los barrios más populares de Paris -, que fue
convertido en el principal lugar de encuentro de la bohemia artística del París
de esos días. Los domingos y los feriados, el espacio funcionaba como un
cabaret y lugar de baile muy popular, al que concurrían artistas – los
impresionistas, en particular -, escritores, poetas, bailarinas, obreros,
prostitutas y jóvenes de la burguesía, todos en busca de diversión. Durante el
invierno, cuando hacía buen tiempo, los bailes del Galette, se realizaban en el
exterior del gran barracón verde que contenía el llamado Salón de Invierno. Una
orquesta ubicada sobre una especie de estrado, ejecutaba la música mientras la
multitud baila en la pista. Los bailes comenzaban a las tres de la tarde extendiéndose hasta pasada la medianoche, utilizando para
alumbrar, columnas con lámparas de
vidrio iluminadas con gas. La pista de baile estaba rodeada por una balaustrada
de madera con un banco corrido, donde se sentaban las mujeres esperando ser
invitadas a bailar, detrás se encontraban mesas con asientos bajo los
árboles, donde se comía y se bebía.
Baile en el Moulin de la Galette. 1876. Renoir. Museo de Orsay, óleo sobre lienzo 131 x 175 cm
Análisis técnico y compositivo
Esta pintura, la que habría sido pintada en el
mismo Moulin, además de ser una estampa del Paris bohemio que Renoir
frecuentaba, es también un retrato colectivo de varios de sus amigos pintores y
sus novias. Un aire de despreocupación y diversión se desprende de la imagen,
donde un grupo de jóvenes se apartan de cualquier formalidad social, entre
charlas y bailes.
Renoir hace gala de su manejo de la luz, al
representar los rayos que se cuelan entre el follaje de las enramadas con una
pincelada borrosa, marcándolos con grandes motas de luz sobre las ropas de los
personajes, consiguiendo dar a la obra un gran colorido y luminosidad.
Desde el punto de vista cromático, en la obra hay una claro predominio de los
azules en la mayoría de las vestimentas, mientras que Renoir, ubica los tonos
de verde en la parte superior de la obra, equilibrando ambos colores con los
amarillos de los sombreros de paja de los hombres, y los tonos más cálidos de
los cabellos y vestidos de las figuras, y de la silla que hay en primer plano.
También podemos distinguir una naturaleza muerta en el ángulo inferior derecho,
formada por vasos y una botella de vidrio.
La composición es sumamente compleja debido a la
multitud de personajes pero Renoir logra resolverla con maestría. En primer
plano, ubica un triángulo compositivo formado por las dos mujeres que
abrazadas, conversan con el joven que está de espaldas al espectador, el que le
da solidez a la composición.
A su vez, integra una perspectiva casi clásica,
donde la composición va disminuyendo hacia el fondo por efecto del movimiento
de la danza, lo que se refuerza cuando Renoir introduce una serie de líneas en
diagonal buscando intensificar ese efecto. El respaldo del banco ubicado en
primer plano; la formada por las dos mujeres que bailan sobre la izquierda una
de azul y otra de rosado y la generada por la sucesión de sombreros de paja con
cinta negra.
La obra representa también un fuerte contraste
entre las situaciones representadas, ya
que en un primer plano se observa una situación de reposo, mientras que en un
segundo plano, se encuentra el movimiento representado por el baile, donde está
inundado de luz que se opone a la masa oscura de personas sentadas en primer
plano.
lunes, 3 de junio de 2013
Manet: el camino abierto hacia el impresionismo
Hijo de una
familia de clase media alta, comenzó sus estudios de pintura académica hacia
1850 cuando ingresó en el taller de Thomas
Couture(1815 – 1879) maestro retratista y seguidor de la pintura de corte
histórico. A pesar que Manet nunca fue afecto a la pintura de estudio,
permaneció estudiando seis años en el taller de su maestro, pero también
visitaba frecuentemente el museo del Louvre donde admiraba y copiaba a maestros
como Giorgione, Tintoretto y Tiziano, práctica seguida por la mayoría de los
jóvenes pintores de su época. Manet tomará y reformulará más adelante en su
carrera, las temáticas y los lenguajes de varios maestros del Renacimiento y
del Barroco.
Tras abandonar
el taller de Couture, viaja por varios países de Europa, donde conocerá la obra
de pintores como Rembrandt, Caravaggio, Velázquez y Goya, los que influirán
notoriamente en su producción posterior.
A pesar que el propio Manet nunca se
definió como impresionista, fue sin dudas el
precursor del Impresionismo. Muchos historiadores lo consideran también
como el padre de la pintura moderna,
al remarcar que su interés siempre estuvo puesto en considerar al lienzo como
superficie real de creación, procurando que nada influyera en el momento de
iniciar su creación. De esta manera, la pintura de Manet se aparta del concepto
narrativo de la pintura clásica, poniendo así la profesión de pintor en un
primer plano, convirtiéndose en el creador
de la pintura pura, según el término
utilizado en 1932, por el escritor y novelista Edmond Jaloux (1878 – 1949) en un artículo de la revista Formes, donde afirmaba:
“El gran descubrimiento del arte moderno
es poner la representación de todo el mundo exterior al servicio de esta
sensualidad de la visión, mientras que hasta Manet, ésta tenía como fin realzar,
servir a un aspecto organizado de las cosas”.
El objetivo de
Manet no era puntualmente terminar con la pintura clásica – de hecho fue en su
marco que recibió su formación -, pero si tomando las palabras del poeta
Charles Baudelaire: “El verdadero pintor
será aquel que sepa arrancar a la vida moderna su lado épico, el que sepa
hacernos ver y comprender con colores y contornos, lo poéticos que somos con
nuestras corbatas y botas de charol”, buscó actualizar la pintura a su
tiempo, y es por eso que se resulta difícil ubicarlo en ningún estilo en
particular, colocándose en mitad de camino entre el realismo y el
impresionismo.
Las pinturas
de Manet, sin embargo, no cumplirán con muchos de los postulados de la pintura
clásica, principalmente, la referida a las temáticas. Sus obras buscaban
mostrar la modernidad de su época, por eso su predilección por representar
ámbitos de carácter urbano, como plazas, parques, calles, cafés, reuniones en
salones, etc., abandonando definitivamente los temas históricos, religiosos,
mitológicos y alegóricos.
Una de las
principales virtudes de la obra de Manet consiste en su capacidad de describir su entorno sin imponerse la
necesidad de trasmitir ni valores ni creencias absolutas – como si lo
planteaban los estilos anteriores -, para convertir su pintura en un lenguaje
que expresa la realidad que lo rodeaba, pero dentro del marco de su propio
proceso pictórico.
Sus pinturas,
casi desde el principio, fueron despreciadas por los críticos, y frecuentemente
atacadas por el público, hechos que Manet sufrió en carne propia pero que supo
responder con ironía. Las principales críticas, generalmente,se daban por las
mismas razones por las que otros le adoraban, por lo que su triunfo o sus
derrotas dependían más bien del enfoque que de la calidad de sus obras. La
diferencia era, entonces, de concepto, aunque muchas veces sus detractores
parecían aludir a sus creaciones sin verlas, ya que le acusaban de falta de
trabajo y de no finalizar sus obras, incluso se decía que en sus cuadros no había
nada.
Pintaba lo que
veía sin caer en idealismos o fantasías, sino basándose en la realidad. Su
pintura no tiene otra significación más que la del arte de pintar, con una indiferencia,
aparentemente, total hacia el tema, pero no a los motivos. Era un observador de
detalles y así lo reflejaba en sus cuadros, aunque carecían éstos de toda
expresión emocional, ya que en la destrucción del tema radicaba la
significación de la pintura moderna.
EL DESAYUNO EN LA HIERBA
EDOUARD MANET – 1863
Museo de Orsay – París.
Estilo: Pre-Impresionista.
Técnica y medidas: Óleo sobre lienzo – 208 x 264 cm
Contexto histórico: En el año 1863, Manet presenta en
el Salón de París – uno de los más controvertidos de su historia -, una de las
obras de su producción que estaba llamada a generar mayores polémicas, El desayuno en la hierba. A pesar de no
haber sido aceptada por el jurado, el que ese año rechazo cerca de 2800 obras,
generando una fuerte protesta por parte de los artistas no aceptados, la
pintura fue finalmente expuesta en el llamado Salón de los Rechazados, espacio alternativo creado por el
emperador Napoleón III buscando acallar las quejas, y donde se podrían mostrar
todas aquellas obras a las cuales se había negado la autorización por parte del
jurado del Salón oficial. Igualmente, la obra no gustó ni al Emperador, ni a
los críticos quienes se encargaron de ridiculizar y atacar sistemáticamente el
trabajo de Manet, al que consideraron como “una ofensa al pudor”.
Análisis sociológico:
Rompiendo con los ya gastados códigos
académicos, Manet no presenta en esta obra ninguno de los temas considerados
aceptables por la Academia y por la crítica, sino, al decir el poeta Charles
Baudelaire: “…el lado épico de la vida moderna.”
De esta manera, Desayuno en la hierba, generó una de las más importantes discusiones
de la historia de la pintura, al tratarse de una obra que plantea una ácida
crítica social a la doble moral de la sociedad burguesa de la época. En la
pintura, son mostrados dos hombres vestidos, - aparentemente su hermano
Eugéne Manet, y el escultor y futuro cuñado de Manet, Ferdinand Leenhoff -, que parecen conversar animadamente, a la vez
que una joven mujer desnuda – su amante Victorine Meurend -, que mira desafiante
al espectador, representa a una de las
numerosas prostitutas que los caballeros de la alta sociedad parisina solían
frecuentar en el cercano bosque de Boulogne. Una segunda mujer, apenas vestida
con una especie de camisón, se lava en las márgenes del río Sena en un segundo
plano. Nunca antes un artista se había atrevido a representar esta situación en
una pintura, que además presentaba un tamaño reservado exclusivamente para temas
referidos a la mitología, la religión o la historia.
La respuesta del público no se hizo esperar, ni
tampoco la de la crítica, ambas mostraron su indignación ante lo que
consideraban una afrenta, tanto por el tema tratado, por la forma en la que
estaba realizada, así como por el hecho que Manet se habría inspirado en dos
obras clásicas como El concierto
campestre de Giorgione de 1510, y en un grabado hecho en cobre por el
escultor Marcantonio Raimondi en 1515, sobre una pintura perdida de Rafael
llamada El juramento de Paris, lo
cual fue tomado como una ofensa a dichos maestros.
Manet fue acusado de no saber dibujar, ni de no
dominar principios básicos de la pintura como el manejo de la perspectiva, el
uso del claroscuro y de plantear una composición totalmente reñida con los
lineamientos clásicos.
Pero la obra mostraba cambios radicales en la
manera de pensar y plasmar la pintura, proponiendo elementos renovadores que
atrajeron la atención de los artistas jóvenes de la época como Monet, Pisarro,
Degas o Renoir quienes apreciaron en Manet los primeros signos del impresionismo, a partir de pinceladas libres
y de un muy particular manejo de la luz.
Análisis técnico y compositivo:
Manet aunaba en esta pintura, su absoluto
rechazo a todos los paradigmas y las enseñanzas de la Academia, ya que la misma
presenta ciertas características que le alejan radicalmente del estilo
tradicional.
A pesar de que como vimos, el artista se inspira
en algunas obras del Renacimiento, no solo en cuanto al tema tratado sino a
algunos elementos compositivos – juego de triángulos entre los personajes
centrales -, la obra parece inacabada, ya que las figuras no tienen precisión
en su dibujo, están pintadas con grandes superficies planas de color haciendo
que el contraste entre unas y otras sea muy violento, al punto que parecen
estar yuxtapuestas al paisaje. Otro elemento que hace referencia a la pintura
clásica, en este caso el Barroco, es la presencia de una naturaleza muerta en
el ángulo inferior izquierdo mostrando una canasto con diversos artículos como
panes y frutas.
Respecto a los colores utilizados, la fuerte
contraposición entre el negro de los trajes de los hombres y la brillante
luminosidad del cuerpo desnudo de la mujer, resaltan la ausencia de tonos
medios, por lo que no hay sensación de volumen. Por su parte, el intenso foco
de luz que ilumina el centro de la composición, no procede desde el primer
plano ni se va degradando hacia el fondo de la escena como daría esperar en una
pintura clásica, sino que es exactamente al revés, ya que la luz que ilumina al
paisaje - no la que lo hace sobre los tres personajes centrales -, viene desde
el fondo y va disminuyendo hacia el primer plano.
Manet no aplica la técnica académica consistente en dar a la
superficie pintada de las figuras centrales un acabado total para dar volumen a
sus formas. El contraste aplicado entre luces y sombras está muy simplificado,
lo que fue uno de los principales argumentos para su no aceptación en el Salón
oficial. Por su parte, es en el fondo del paisaje, en las hojas de los árboles,
en los objetos de la naturaleza muerta y en los reflejos en el agua donde
aparece más notoriamente, la pincelada apenas insinuada, realizada a golpe de pincel, que será
característica de la pintura impresionista.